Los océanos terrestres constituyen la masa de fluido más grande de nuestro planeta. La convección juega un papel fundamental en el movimiento de esta masa de agua. Al igual que ocurre con el aire, el agua caliente posee una menor densidad que el agua fría, lo que repercutirá en la dinámica oceánica.
Cerca del Polo Norte, el agua de la superficie, que está a una temperatura próxima a los 0ºC, desciende hacia el fondo del océano. El hundimiento de esta capa de agua superficial se ve favorecido por la alta salinidad del agua alrededor de los polos, ya que debido a la formación de bloques de hielo (formados solo por agua y no por sal), el agua que queda sin congelar tiene una concentración salina más alta, y por ello aumenta su densidad. Desde el fondo del océano, este agua se desplaza hacia el ecuador. Cuando encuentra zonas de calentamiento geotérmico, su densidad disminuye y esa masa de agua se ve impulsada hacia arriba, donde se establece una corriente superficial que lleva de nuevo esta capa de agua hacia regiones árticas.
Las corrientes superficiales se ven afectadas fundamentalmente por dos factores: el viento y la rotación terrestre. Esta última es la responsable de que la circulación superficial en el hemisferio norte se vea desplazada hacia el oeste, bañando la costa este de Estados Unidos, y en el hemisferio sur hacia el este, bañando la costa oeste africana.
Uniendo todos estos factores: viento, rotación terrestre, temperatura y salinidad del agua, el resultado es lo que se llama Cinta Transportadora Oceánica, que es el modelo aceptado en la actualidad para caracterizar la corriente oceánica en su recorrido por todo el planeta.
Las corrientes marinas son un factor esencial en la homogeneización de la temperatura oceánica, y por tanto del planeta entero. Representan un ejemplo de convección forzada, ya que el movimiento de la masa de fluido se ve facilitado por agentes externos.